“LOS SECRETOS DE LA PRESA”
En el corazón de Jalisco, oculto entre cerros, árboles frutales y antiguas leyendas, existe un lugar llamado Huascato, donde el río que una vez fluyó libre fue atrapado por una estructura colosal: la presa de Huascato. Su construcción fue celebrada como un logro histórico. En 1987, bajo el sol ardiente y la presencia del presidente Carlos Salinas de Gortari, la presa fue oficialmente inaugurada. Pero desde entonces, el agua dejó de comportarse como agua… y comenzó a comportarse como algo más.
Durante la construcción, los pobladores transportaron tierra desde Potrerillos para levantar una cortina de 63.46 metros, capaz de contener 50 millones de metros cúbicos de agua. Quienes vivían cerca del río —campesinos, pescadores, familias enteras— entregaron sus tierras para hacer posible la obra. A cambio, fueron trasladados y recompensados con terrenos y casas en una nueva colonia llamada Guadalupe Victoria, conocida por los locales como La Barranquilla.
El río quedó atrás… o eso creyeron.
Pronto, el agua comenzó a cambiar.
Para mantener el equilibrio, se formó un comité de pescadores, encabezado por un hombre llamado José Meléndez, pescador desde niño, fundó un comité de pescadores para aprovechar la nueva presa. Él era sabio, observador, y sabía leer el río mejor que nadie. Fue quien impulsó el criadero de peces una vez terminada la presa. Al principio, fue un milagro: bagres de hasta 30 kilos emergían de las profundidades, como si la naturaleza hubiera decidido bendecirlos por encerrar al río.
Pero con los años, algo empezó a ir mal.
Los peces dejaron de crecer. El agua, antes cristalina, comenzó a mostrar signos de agitación, como si guardara un resentimiento.
Los aforadores, encargados de medir el uso del agua, notaron alteraciones inexplicables. Apuntaban cada milímetro, revisaban cuánta agua se gastaba, y, aun así, algo no cuadraba. Los niveles bajaban sin que hubiera consumo. Y lo peor: Los sedimentos también cambiaron. La tierra que traía el agua era pesada, densa, casi imposible de clasificar. Decían que tenía un olor raro, como a metal y ceniza. Como parte del protocolo, se sacaba la tierra del agua y se secaba al fuego, en un ritual que los ingenieros llamaban “a baño María”. Nadie sabía por qué el nombre, pero los más viejos aseguraban que ese calor era necesario para que la tierra no despertara.
Algunos decían que la presa no solo contenía agua, sino una memoria enterrada del río, José Meléndez comenzó a sospechar que el río nunca fue contenido del todo. Algunas noches, pescadores juraban oír voces lejanas desde el fondo de la presa. Otros aseguraban ver sombras nadando bajo la superficie, más grandes que cualquier pez conocido. Una conciencia que rechazaba el encierro. Cada año, en la misma fecha de la inauguración, el agua subía sin explicación y los instrumentos fallaban. Los registros marcaban consumo normal, pero los niveles bajaban… como si alguien, o algo, estuviera bebiendo desde adentro.
Un año, justo en el aniversario de la inauguración, la presa se desbordó. No por lluvia. No por riego. Simplemente... subió. Y luego bajó. Como si respirara.
Días después José Meléndez murió en silencio una madrugada. Lo encontraron a orillas de la presa, sus botas llenas de barro húmedo, sus ojos abiertos como si hubiera visto algo imposible. En su cuaderno, la última anotación decía:
“El agua ya no obedece. Ahora nos está midiendo a nosotros.”
Desde entonces, nadie pesca solo, y ningún aforador trabaja de noche. Dicen que, si te quedas en silencio junto a la presa, puedes escuchar algo moviéndose bajo el concreto, algo que no es pez ni agua… sino un recuerdo.
*Redaccion hecha por Miguel Mendez(Aux. Turismo) fragmento extraido de platica con el Sr. Agustin Cabrera*
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